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viernes, abril 26, 2024

Dominga y Abigail: transportaron droga para subsistir, están presas y sueñan con reencontrarse con su familia

La vida de Dominga Sena estuvo cruzada por la violencia. Nació en Formosa y, cuando era una niña, empezó a trabajar en casas de familia. Nunca fue a la escuela. No sabe leer ni escribir, tampoco su número de DNI o la fecha exacta en la que nació.

Tenía 18 cuando conoció a Héctor, el padre de sus ocho hijos. Durante los 50 años que duró el matrimonio, sufrió maltratos de todo tipo: físicos, psicológicos, simbólicos y económicos. El año pasado le pidió el divorcio. “Me amenazaba y yo no quería separarme hasta que los chicos fueran grandes”, cuenta Dominga.

Los 19 años que tiene Abigail Díaz también fueron atravesados por los abusos y un abanico de vulneraciones. “A los 14 me junté con un hombre mayor y tuve a mi primer hijo, que murió”, recuerda. Después, fue madre de dos nenas más -hoy tienen dos y un año-, a quienes crio sola.

Sus historias coinciden en el Complejo Penitenciario Federal III de Güemes, Salta, donde ambas están detenidas. A Abigail se le imputa haber transportado, con una compañera, 735 gramos de cocaína: le habían ofrecido 5000 pesos y fue la primera vez en su vida que cometió un delito. Con ella, en el pabellón de madres, está su hija más grande. Dominga, en cambio, llevaba tres kilos con treinta gramos de marihuana cuando cayó presa en Tartagal. Ya había hecho traslados de esa droga en otras oportunidades e iban a pagarle 10.000 pesos.

El círculo de la marginalidad

Dominga tiene la piel del color de la tierra salteña y una sonrisa tímida. Con voz suave, cuenta que cuando era chica murieron dos de sus hermanas y su mamá. Su papá, se fue de Formosa a Embarcación, en Salta, para trabajar como albañil, y la crio Alfonsina, una amiga de la familia.

Alcohólico, Héctor, su exmarido, la golpeó ininterrumpidamente desde que tuvieron a su primer hijo. Dominga llegó hasta estar hospitalizada y él detenido. No la dejaba salir de la casa, juntarse con otras personas ni ir a trabajar. Tampoco le daba plata para solventar los gastos del hogar. “Yo le pedía dinero y no me quería dar nada. Cuando los chicos iban a la escuela, me faltaba para los cuadernos y las zapatillas, pero yo los mandaba igual, como fuera”, resume Dominga. Y agrega: “Con mis ocho hijos yo he sido padre y madre, porque mi marido me pegaba y maltrataba mucho. Vivía con él porque no quería abandonar a mis hijos que eran chicos. Aguanté todo”.

Dominga (69) sueña con volver a su casa y conseguir un trabajo que le permita ayudar a sus hijosDominga (69) sueña con volver a su casa y conseguir un trabajo que le permita ayudar a sus hijos Fuente: LA NACION – Crédito: Javier Corbalán

Un día, Dominga dijo basta. Le pidió el divorcio a Héctor y volvió a trabajar en casas de familia. “Con lo que cobraba limpiando, no me alcanzaba para nada. Por eso hacía estas cosas”, cuenta la mujer, refiriéndose al transporte de marihuana, que se convertiría en su sustento y el de parte de su familia.

Fue una señora, de la que no sabe el nombre, la que le hizo la propuesta: por 10.000 pesos, tenía que hacer traslados desde localidades como Pocitos o Embarcación, hasta Salta capital. “Tengo mal de Chagas y estoy complicada del corazón. Por eso lo hacía: para comprar los medicamentos y para pagar cuotas de luz, de agua, de todo”, detalla.

“Para estas mujeres la pena no solo es altísima y de cumplimiento efectivo, sino que además no puede acceder al régimen de progresividad: por ejemplo, a las salidas transitorias para reencontrarse con sus hijos. Esto nos parece muy grave y preocupante”, Clarisa Galán, defensora pública de coordinación de Salta y Jujuy

Cuando la detuvieron por primera vez, le dieron prisión domiciliaria. Pero Dominga la violó. El 21 de septiembre de este año, en un control de Gendarmería en Tartagal, en la intersección de ruta nacional N° 34 y 81, volvió a caer: viajaba en un colectivo y llevaba tres kilos con treinta gramos de marihuana. En total, tres paquetes envueltos en cinta color ocre: dos estaban en una mochila de jean, otro, entre su ropa, a la altura de su abdomen y sujeto por el pantalón que tenía.

“No la aproveché a la domiciliaria: seguía traficando y haciendo pasar marihuana para una señora. Lo hice para poder pagarle un abogado a mi hijo, que estaba detenido en Aguaray”, detalla Dominga, y explica que él cayó preso junto con ella la primera vez. “Él no sabía nada, yo le había pedido que me acompañe y le hice perder su trabajo en una empresa”, dice la mujer con la garganta hecha un nudo.

Aunque están detenidos en el mismo penal, Dominga todavía no pudo ver a su hijo. Es lo que más quiere. Además, cuando salga de prisión, dice que le gustaría dedicarse de lleno a su familia y estar en su casa. “Porque si uno hace esto y lo pillan tiene que estar años acá adentro y yo no puedo ayudar a mis hijos estando presa”, dice. Una vez afuera, le gustaría conseguir un trabajo. ¿De qué? “De sirvienta, ¿qué más puedo hacer?”, responde.

Dominga es madre de ocho hijos; durante los 50 años que estuvo casada, fue víctima de violencia de géneroDominga es madre de ocho hijos; durante los 50 años que estuvo casada, fue víctima de violencia de género Fuente: LA NACION – Crédito: Javier Corbalán

Maternidad tras las rejas

Abigail Díaz comparte el pabellón con otras 12 madres, sus hijos e hijas. Hace ocho meses que está detenida. El 24 de enero pasado, en el control de Gendarmería en Chalican, Jujuy, detuvieron el remis en el que viajaba desde Orán a Salta capital.

“Nos llevaron al escuadrón y me hicieron radiografías a mí y a las otras chicas con las que íba”, cuenta Abigail. Ella, llevaba la cocaína encintada en el abdomen y, arriba, una faja. Su compañera, había ingerido cápsulas.

“Muchas veces nuestras asistidas son conducidas por su apariencia a un hospital donde se lleva a varias mujeres a hacerse placas radiográficas, donde no se les informa la posibilidad que tienen de negarse y no está el consentimiento informado”, Clarisa Galán, defensora pública de coordinación de Salta y Jujuy.

Abigail (19), en la cárcel de mujeres de GüemesAbigail (19), en la cárcel de mujeres de Güemes Fuente: LA NACION – Crédito: Javier Corbalán

Cuando la chica que conoció a la salida de un baile le hizo el ofrecimiento, Abigail apenas tenía plata para darle de comer a sus nenas. “Me ofreció 5000 pesos por llevar tres cuartos de droga y a mi compañera lo mismo, hasta Salta. Si nos iba bien el viaje, el próximo íbamos a llevar un kilo por 10.000 pesos”, detalla. “Lo hice porque necesitaba. Tengo dos hijas a las que darle de comer, necesitaba comprar leche, pañales, todo sube y nada alcanza. Yo sola no podía”.

Conocé cómo captan a las mujeres más vulnerables para trasladar droga

A las cinco de la mañana, la joven desconocida llevó a Abigail y su amiga a una casa. “A mi compañera, le dio para que tome cápsulas de cinco gramos. A mí me encintó, me puso una faja y una remera. Me echó perfume y me puso crema. Me dijo que me pusiera algo ancho, una remera, que llevara un bolso e hiciera de cuenta que estaba viajando. Si me iba bien, me estaba en Salta. Pero no llegué”, describe Abigail.

“Las mujeres que asistimos son vulnerables, jefas de familia, carentes de todo tipo de recursos, que se hacen cargo de sus hijos y ven en el traslado de drogas una salida económica rápida”, Julieta Loutaif, defensora oficial y supervisora de la unidad de defensa de Orán,

A su vida, Abigail la resume en tres palabras: “Pasé de todo”. Cuenta que mamá no tiene y papá prácticamente tampoco. “Me crie con vecinos”, agrega.

Cuando estaba embarazada de su nena mayor, se separó. La más grande, ahora está con ella. La menor, con una de sus hermanas. “Yo no tengo visitas. Mi tía le manda cosas a mi hija”, dice Abigail.

Abigail junto a su hija mayor, que vive con ella en el penalAbigail junto a su hija mayor, que vive con ella en el penal Fuente: LA NACION – Crédito: Javier Corbalán

Terminó la primaria e hizo hasta segundo año de la secundaria. Antes de caer detenida, trabajaba en una feria ayudando a preparar comidas. Además, limpiaba casas y lavaba ropa.

Hoy, sueña con terminar el colegio: “Quiero ser alguien, estar con mis hijas y darles lo mejor para que el día de mañana se olviden de lo que están pasando. Poder llevarlas a estudiar y que ellas también sean alguien, que no tengan que pasar por lo que yo pasé”, dice Abigail, antes de que la trasladen, nuevamente, a su celda.

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