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miércoles, mayo 1, 2024

Carolina casi muere por las cápsulas de cocaína que transportaba: “Lo hice por mis hijos”

Carolina Sánchez no sabe bien cuántos años tiene. “37 o 38”, duda. Tampoco las edades de sus hijos: tuvo siete y se desarma cuando recuerda que uno murió por desnutrición cuando era un bebé. Solo fue a primer grado y no sabe leer ni escribir: a firmar con su nombre, le enseñó uno de sus nenes, que también la ayuda a contar la plata cuando van a hacer las compras.

Vive con su marido, César, y sus tres hijos más chiquitos -Andrea (12), Brian (10) y Nicole (9)- en el barrio San Expedito, uno de los tantos asentamientos que rodean la periferia de Orán, donde las gallinas pululan por las calles de tierra. Esa mañana, hay una polvareda baja y espesa, que se mete por todos lados. El aire está impregnado del olor del bagazo -el residuo de la caña de azúcar- que viaja 12 kilómetros desde el ingenio más cercano.

Carolina tiene discapacidad intelectual y no puede decir con precisión su edad ni la de sus hijosCarolina tiene discapacidad intelectual y no puede decir con precisión su edad ni la de sus hijos Fuente: LA NACION – Crédito: María Ayuso

A la mañana, cada tres semanas, César trabaja en la cosecha de ananá y, todas las tardes, como cocinero en un comedor. Cuando sale alguna, hace changas. Carolina cuida hijos de vecinas por 350 pesos el día; y a mano, en una goma de camión cortada por la mitad, lava acolchados grandes por 200 pesos y chicos por 100.

Hace menos de un año, a Carolina le diagnosticaron un retraso intelectual. Pero antes de eso, en 2014, estuvo presa en el Complejo Penitenciario Federal III de Güemes. Su discapacidad pasó desapercibida y la condenaron por trasladar droga.

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En ese momento, trabajaba “pechando carros” en El Playón, la feria municipal de Orán que está frente a la terminal de colectivos y donde va a aparar todo lo que los “bagayeros” cruzan, con las espaldas curvas por el peso del contrabando, por la frontera. Una tarde, poco tiempo después de que falleciera su bebé (tenía un año y cinco meses) de desnutrición, mientras Carolina trasladaba ropa en su carrito, una mujer se le acercó y le ofreció llevar droga hasta Salta capital.

No sabe cuánta plata le dijo que iba a pagarle, pero sí que le pareció muchísimo. “La necesitaba porque antes no vivía acá, vivía al fondo, con mis hijos, mi marido y el padre de mi marido, que estaba enfermo de tuberculosis. Mi casa era de nylon, chapa y cañas de bambú, no había agua ni luz”, recuerda Carolina.

Carolina junto a Nicole (9) y Brian (10), dos de sus seis hijosCarolina junto a Nicole (9) y Brian (10), dos de sus seis hijos Fuente: LA NACION – Crédito: María Ayuso

A dos cuadras de la feria, el 16 de marzo de 2014, en una casa en la que hoy funciona una panadería, Carolina tragó con agua de canela las cápsulas de cocaína. Después se subió a un colectivo y a las pocas horas comenzó su malestar. En un control sobre la ruta nacional Nº 34, en el paraje Río Zora, en Jujuy, el micro de Flecha Bus en que viajaba hacia Tucumán, detuvo la marcha. Carolina estaba en el asiento Nº 7 y su estado alertó a los gendarmes. Se sentía mal, el corazón le latía en las sienes, estaba transpirando. Las placas radiográficas que le hicieron dejaron al descubierto las cápsulas en su estómago: 108 en total.

“Me sentía mal, muy mal, estaba descompuesta y me llevaron al hospital. Estuve internada. Me dijeron que podría haberme muerto. Pensé que nunca iba a volver a mi casa -se quiebre Carolina-. Mi marido no sabía a dónde estaba, él no sabía nada de nada. Me empezó a buscar, porque yo no aparecía. Él trabajaba en la finca”. Estuvo 71 días presa en Güemes y dos años y ocho meses en prisión domiciliaria.

Me sentía mal, muy mal, estaba descompuesta y me llevaron al hospital. Estuve internada. Me dijeron que podría haberme muerto.

Carolina

Hoy, la casa de Carolina son dos habitaciones muy precarias de material y una letrina. Casi toda la vida familiar transcurre en el patio. Ahí, bajo un techito de chapa, funciona la cocina, a fuego de leña, que César busca en el monte. Para la garrafa, “hace rato que ya no alcanza”.

La vida de la familia transcurre, principalmente, en el patio, bajo un techito de chapaLa vida de la familia transcurre, principalmente, en el patio, bajo un techito de chapa Fuente: LA NACION – Crédito: María Ayuso

Carolina nació en Orán, en el Barrio Estación. Sus papás murieron cuando tenía 10 años. Se crio con sus abuelos y, cuando fallecieron, con sus dos tías. “Mi abuela hacía chicha para vender y pan. Yo vivía en la calle, trabajando con mi hermano en la feria: barría y juntaba verduras”, dice.

Volver a caer

Una tarde de 2018, Carolina pensó que Brian se le moría en los brazos. Iba a perder otro hijo. El nene tuvo su primer ataque de epilepsia y no reaccionaba. Lo llevó al hospital y lo diagnosticaron. La desesperación de conseguir el tratamiento que Brian necesitaba, la llevó a decir que sí cuando, el año pasado, una mujer le propuso, de nuevo en El Playón, trasladar droga. Esta vez, en una mochila. “Me dio un celular y me dijo que cuando llegara iba a sonar. Yo tenía que apretar el botón verde o rojo, no me acuerdo”, dice Carolina. Nunca antes había tenido un celular en la mano.

En la casa de Carolina cocinan a fuego de leña; para la garrafa, no les alcanzaEn la casa de Carolina cocinan a fuego de leña; para la garrafa, no les alcanza Fuente: LA NACION – Crédito: María Ayuso

El 10 de agosto de 2018, a las dos de la mañana, la División Antidrogas de Orán volvió a detener un colectivo en el que viajaba Carolina rumbo a Salta. Ella estaba en los últimos asientos del piso superior. Tenía una mochila negra y cuando la palparon, encontraron envueltos en un film plástico, en forma de ladrillo, los 996 gramos de cocaína.

“Cuando me pillaron, yo le dije al gendarme llorando que lo hacía por mi hijito, que si quería le mostraba todos los papeles de su enfermedad: no era que quería la plata para mí. Le dije que si quería fuéramos al El Playón a buscar a la señora que me mandó a mí, que debía estar ahí. Pero me dijo que no, que yo me tenía que hacer cargo”, reconstruye la mujer.

Cuando me pillaron, yo le dije al gendarme llorando que lo hacía por mi hijito, que si quería le mostraba todos los papeles de su enfermedad: no era que quería la plata para mí

Carolina

Gracias al trabajo del equipo de la defensoría a cargo de Clarisa Galán, que la asistió, esta vez la sobreseyeron por inimputabilidad. “Conseguimos que le hicieran una batería de estudios neurológicos y psicológicos. Dijeron que tenía una discapacidad intelectual y que no comprende la criminalidad de sus actos”, cuenta Clarisa.

Brian tiene 10 años; cuando le diagnosticaron epilepsia, Carolina se desesperó por conseguir la plata para pagar su tratamientoBrian tiene 10 años; cuando le diagnosticaron epilepsia, Carolina se desesperó por conseguir la plata para pagar su tratamiento Fuente: LA NACION – Crédito: María Ayuso

La principal preocupación de Carolina es criar a sus hijos, que no les falte nada, que Brian pueda estar atendido: “Cada tres meses, lo llevo al neurólogo a Hipólito Yrigoyen y pago 800 pesos la consulta. Le dije al doctor que ya no podía comprarle más el remedio que él necesita y ahora lo retiro en el hospital”, cuenta mientras se aleja rumbo a la escuela del barrio, a buscar al hijo de una vecina que va a cuidar esa tarde.

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