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lunes, diciembre 9, 2024

Abstencionismo, el cáncer de la democracia

POR: FERNANDO DÍAZ NARANJO

Nuestro sistema político y, en particular, nuestro sistema electoral como hoy lo conocemos, se empezó a estructurar luego de la crisis de la elección presidencial del año de 1988. Luego de ese cuestionable episodio, no había otra salida que generar un esquema normativo electoral que diera certeza al desarrollo, organización y consolidación de los procesos electorales en nuestro país.

Surge entonces una nueva legislación electoral que tuvo su primera prueba de fuego en la elección de 1991. Desde entonces, muchas reformas se han instrumentado con el objetivo de ir perfeccionando nuestro sistema electoral. No obstante, parecería que uno de los objetivos principales de esquema electoral se ha ido debilitando, me refiero a la participación ciudadana en las elecciones.

El sistema electoral mexicano esta formulado para que se lleven a cabo de manera periódica elecciones libres y democráticas, es decir, en donde los ciudadanos mayores de 18 años que, cumpliendo ciertos requisitos, como por ejemplo que cuenten con su credencial de elector, puedan votar y elegir a sus representantes populares. Por ello, una buena participación de los ciudadanos legitima tanto nuestro sistema electoral como político por muchas razones que van desde el fortalecimiento de las instituciones encargadas de organizar, desarrollar y calificar los procesos electorales, hasta generar órganos legislativos con suficiente credibilidad.

Pero hoy en día empezamos a ver un desgaste de dicha participación que se manifiesta en un importante grado de abstencionismo ciudadano.

El abstencionismo tiene varias lecturas. Algunos analistas la conciben como un desinterés de la población por votar en elecciones; otros en una especie de rechazo social, a una manifestación de descontento con el régimen político, a la desconfianza del respeto del voto, entre otras tantas consideraciones más.

Pero lo verdaderamente importante, es que entre mayor abstencionismo exista en una elección, menor se legitiman tanto autoridades electorales, los órganos jurisdiccionales, los partidos políticos, candidatos y, por supuesto, las autoridades que eventualmente sean electas.

De acuerdo con los registros públicos de resultados electorales, se ha observado, en varias entidades federativas, una disminución de la participación ciudadana. Los motivos pueden ser muchos además de los que anotamos anteriormente. Un ejemplo, puede ser la realización de elecciones en periodos muy cortos de tiempo. Veamos algunos ejemplos. En el Estado de México, hubo elecciones para renovar el Congreso Local y los Ayuntamientos en 2015, en 2016 hubo elecciones extraordinarias y el año que entra (2017) se renovará el Ejecutivo Federal. En el Estado de Veracruz hubo elecciones este año y nuevamente habrá el año que entra. La Ciudad de México, tuvo elecciones en junio de este año para la conformación de la Asamblea Constituyente y este pasado primer domingo de septiembre se llevó un ejercicio electivo denominado Presupuesto Participativo.

Todos estos factores que hemos venido desarrollando, ha implicado que tengamos una participación, por demás baja, en algunas entidades federativas.

Para entender el verdadero significado de nuestra democracia, imaginemos que en una elección para presidente de la República, que es donde más participa la población, votara el 60% de los electores inscritos en una lista nominal. De entrada esto significaría que de cada 10 electores, asistieron a las urnas 6 de ellos. Pero de esos 6 que participaron, hay que restarle los que anularon su voto por no estar de acuerdo con algunas de las opciones políticas registradas en la boleta electoral.

Ahora bien, supongamos que fueron unas 8 fuerzas políticas participantes, lo que nos deja que esos poco menos del 60% se divide entre esas 8 fuerzas políticas. Suponiendo que el ganador de la elección presidencial obtuviera una mayoría de un 20% de ese 60%, significaría que cada 20 electores de 100 están determinando el destino de nuestro país. Esto se magnifica conforme crece el abstencionismo.

Por ello, el cáncer de nuestra democracia es justamente ese abstencionismo y la única forma de combatirlo es que todos participemos en elecciones y expresemos nuestro sentir por el partido, la alianza política (coalición) o candidatos de nuestra preferencia. Con ello, le devolveríamos a nuestro sistema la solidez y fuerza que requiere para legitimar y exigir a nuestros representantes mejores condiciones de vida y bienestar.

@fdodiaznaranjo

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