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lunes, diciembre 9, 2024

Aprendiendo a meditar entre ladrillos y montañas

POR: PLUMA INVITADA

Desde que tengo uso de la razón he sido una persona que se estresa con una enternecedora facilidad y que siempre piensa los peores escenarios (im)posibles ante cualquier trivialidad futura. Parafraseando a Mark Twain, he sufrido cosas terribles en la vida, y algunas hasta han ocurrido.

Durante muchos años traté de combatir mi propensión al estrés con diferentes técnicas que van desde el jugar squash, correr distancias al aire libre, procurar ser más desentendido (pésima idea), ser la antítesis del optimismo (y así anticiparme a los peores escenarios), por mencionar sólo algunas. Sin embargo, el remedio llegó de la forma menos esperada para su aprensivo servidor.

Deambulaba el año pasado en el segundo piso de una librería Barnes & Noble de San Antonio y, aunque aborrezco los libros de auto-ayuda (y si son best-seller más), algo me atrajo de un libro que leía “10% Más Feliz: Como domé a la voz en mi cabeza, reduje el estrés sin perder mi agudeza y encontré auto-ayuda que en verdad funciona”. Lo hojeé unos segundos y decidí comprarlo con una incomodidad propia del adolescente que compra su primer caja de condones en la farmacia.

El libro resultó ser una reveladora sorpresa. Dan Harris, un conductor de NBC y escéptico nato, narra sus inicios en la meditación[1] y lo hace desde la óptica de quien cuestiona y descalifica a priori a todo lo desconocido. Lo interesante, además de conocer su anecdótica iniciación en la meditación, es que paralelamente y por su trabajo, entrevista a diversos líderes espirituales y concluye que la meditación (sin el misticismo, el hype, las falsas promesas o las aportaciones a las Islas Caimán de algunas religiones o cultos) logró hacerlo más feliz, más atento al presente y lo dejó lidiar mejor con los momentos difíciles de su vida.

Pues bien, terminé el libro todavía un poco desconfiado. Era difícil borrar el prejuicio de asociar a la meditación con los hippies, los monjes tibetanos o la gente que atraviesa la crisis de la mediana edad. Pero ya sembrada la duda, decidí empezar a leer artículos sobre el mindfulness y la meditación y antes de que me diera cuenta me encontraba sentado en la sala de mi casa, con las piernas en forma de pretzel (algo innecesario y un tanto ridículo) inhalando y exhalando mientras trataba de concentrar toda mi atención en mi respiración.

Las semanas siguientes, leí otro libro de meditación, bajé una aplicación móvil como buen millennial y continué meditando interrumpidamente. Durante ese proceso me cuestioné cosas como: ¿Realmente afrontaré mejor a la vida sólo preocupándome en la respiración? ¿La ecuanimidad -que se dice otorga la meditación- no es conformismo disfrazado? ¿Puedo seguir siendo ambicioso y beligerante en lo profesional si continúo meditando?

Resignado y como el enfermo que prueba el producto milagro sin mucho optimismo, logré generar el hábito de meditar todas las mañanas antes de empezar el día. Primero fueron 5 minutos, luego 10 minutos con meditación guiada y finalmente con 10 minutos de meditación conmigo mismo. Con el pasar de los meses empecé a sentirme mucho más relajado, con una serenidad propia de Yoda, disfrutando fútiles momentos (y no lamentando los pasados o preocupándome por los futuros), avispado en el trabajo e incluso tomando decisiones con mayor facilidad que antes. Esto último bastante importante para mí ya que uno de mis temores era el conformismo o dettachment al que aludo en líneas anteriores.

Sin considerarme autorizado para abogar por la meditación, estoy convencido en que la magnificencia de esta práctica milenaria recae, no en el vale-madrismo como se pudiera pensar, sino en poder concentrarse en lo realmente esencial. Y creo que ello ayuda a hacer a un lado todas las banalidades mundanas que no nos dejan atender como deberíamos a nuestra búsqueda por la felicidad y trascendencia personal.

Sigo siendo un padawan (siguiendo con las analogías a Star Wars) en la práctica de la meditación. Apenas cumpliré el año de haber empezado y todavía tengo días en los que el tráfico de pensamientos que revolotean en mi cabeza, me dificultan mucho el meditar. No obstante, en esta práctica descubrí el cuasi-mágico antídoto para reducir el estrés en las semanas laborales de 7 días, me percaté de un decrecimiento considerable de mentadas de madre al prójimo automovilista, aprendí a disfrutar más y estar presente en momentos conmigo mismo o mi esposa, y en general, hallé un camino más a explorar en mi incesante búsqueda por la felicidad.

Antes de que este artículo parezca publicidad de algún culto sudamericano de los que pide aportaciones para dejar de sufrir, termino recalcando que cada vez son más los estudios científicos serios que demuestran que la meditación aumenta el volumen de ciertas regiones del cerebro, ayuda a reducir los niveles de las hormonas del estrés, contribuye a controlar la presión arterial, sirve para reducir la ansiedad y la depresión y fortalece el sistema inmunológico, entre muchas otras cosas. Digo, algo de bueno debe de tener.

@alejandrobasave

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