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miércoles, abril 17, 2024

Ainhoa Arteta: «Antes nos cocinábamos lentamente y ahora la escuela es la velocidad, se queman cantantes»

Hay ocasiones, suspira Ainhoa Arteta, en que le gustaría que los días tuvieran más de 24 horas. Estas semanas son una de esas ocasiones. A la soprano tolosarra se le acumulan los compromisos profesionales. Por un lado, la promoción de su nuevo disco, «La otra orilla», de un emocionante significado para ella por estar dedicado a su madre; por otro, los ensayos de «Mirentxu», la ópera de Jesús Guridi, que cantará en versión de concierto en el Teatro de la Zarzuela los días 22 y 24 de noviembre; y, por fin, la preparación del insólito recital que ofrecerá a finales de diciembre en un crucero por aguas de Omán. Y aunque a todos los hijos se les quiere igual, a Arteta se le iluminan los ojos cuando habla de «Mirentxu». «Es tan bonita y tan poética –dice con arrobo–, que es difícil que no termine los ensayos llorando».

¿Puede llegar a ser la emoción, para un cantante, más un obstáculo que una ayuda?

A veces sí; la clave, y la dificultad, es encontrar el equilibrio entre la emoción y la técnica, incluso cuando cantas temas más «ligeros», digamos, como los que conforman el disco. También tienen su exigencia, aunque sea diferente que la ópera. La emoción no puede faltar nunca, pero hay momentos que son técnicamente muy complicados y es preciso encontrar la frialdad para lograr sacar adelante determinados pasajes y entrelazarlos con la emoción necesaria. Eso se mejora con los años, con la experiencia. Por eso yo apuesto por carreras largas, que te dan ese poso, esa sabiduría que te ayuda a superar esos momentos técnicamente complicados.

¿Y se valora actualmente la experiencia en el mundo de la ópera, o se apuesta por la juventud y la novedad?

El otro día hablaba precisamente de esto con mi amigo el tenor mexicano Ramón Vargas. Me decía: «Ranita –él me llama así–, estamos viviendo una época en la que no se nos respeta, precisamente por la edad». En el tipo de repertorio al que me enfrento ahora la edad es un plus, y no un inconveniente. Los teatros se dan cuenta cuando en este mismo repertorio ponen a alguien joven –por mucha calidad que tenga–, sin experiencia ni madurez vocal, y a otro cantante que sí las posee. Normalmente la diferencia es grande a favor del cantante veterano. El público neófito no repara en ello, es verdad, y solo sabe decir que a uno se le escucha más que al otro, pero el público de toda la vida sí se da cuenta. A mí me ha pasado ahora con la «Tosca» que he cantado en Módena: me venía gente llorando diciéndome que desde los tiempos de Mirella Freni y Luciano Pavarotti no escuchaban una voz ya hecha, con personalidad, con potencia, los pianissimos necesarios y, sobre todo, con una interpretación profunda. Eso lo da la edad.

Hay una liturgia en la ópera que no puedes ignorar; si te la saltas, te cargas o al cantante o la ópera. Todo tiene su tiempo. Los colegas de mi quinta somos los últimos que hemos aprendido de Pavarotti, de Freni, de Joan Sutherland, de Kiri Te Kanawa, de Renata Scotto. Que hemos aprendido viéndolos en el escenario, no en una clase. Ahora en Módena hablaba con Raina Kabaivanska; ella fue la que me ayudó a montar «Tosca». Estamos hablando el mismo lenguaje, ellos venían de una escuela donde se valora el ir poco a poco. Los cantantes antes nos cocinábamos lentamente, y ahora no, la escuela es la velocidad. Y no sé dónde terminará todo esto. Posiblemente, y ya lo estamos viendo, en que se queman cantantes. Se usan como «kleenex». Las agencias potentes tienen muchísimos cantantes en sus carteras, pero que son de quita y pon. Eso está pasando.

¿Y el público que se incorpora al mundo de la ópera es capaz de distinguirlo?

No, los nuevos públicos están aprendiendo con otro prisma, no tiene nada que ver. Si no escuchan bien a un cantante creen que eso es lo normal. Hasta que llega alguien… A veces podemos ser molestos algunos, porque ponemos los puntos sobre las íes. No quiero decir, que no se entienda así, que los cantantes jóvenes no sean buenos; todo lo contrario, son buenísimos. Pero están en su momento. Lo que no puede ser es que a un cantante joven le hagas interpretar el repertorio que debe hacer otro de cuarenta y tantos para arriba… Y se hace. Les hacen cantar con treinta años óperas para las que necesitan una voz más madura. O revientan al cantante o le hacen un flaco favor al compositor. Esto lo tienen que valorar las agencias y los teatros.

Hablemos de «La otra orilla».

También es consecuencia de mi formación lírica. No podría cantar este repertorio en directo y poder grabar durante horas sin cansarme sin esa educación vocal, sin esa preparación. Hay muchos cantantes pop a los que les salen nódulos porque están cantando de una manera incorrecta. Poder hacer este trabajo se lo debo a la ópera.

¿Y que le aporta este trabajo?

Me ha unido a mi mundo. Yo no nací en la época de Puccini, Verdi o Donizetti, aunque los adore. Yo nací en la época de los Beatles, de Queen… Esa era la música que escuchaba cuando todavía no me dedicaba a la lírica, y todavía la escucho. Y este disco en concreto me une al mundo de mi madre y de mis tías; ellas escuchaban boleros, zarzuelas, habaneras… Ellas las cantaban, y yo he crecido con ese repertorio, lo escuché y lo canté con ellas. Ahora lo canto de otra manera, lo canto «en bajito», pero con técnica.

Ahí está la diferencia; ahí y en su propia interpretación, que también tiene que ver con su aprendizaje operístico…

Claro. Ese trabajo está en estas interpretaciones, es mi aportación… Son canciones que a mí particularmente también me aportan mucho. Me divierto, me lo paso bien, y además me toca una parte de mi alma muy profunda.

¿Llevaba mucho tiempo rumiando este disco?

Cuando empecé a trabajar con Javier Limón estuve una tarde entera proponiendo canciones que yo había escuchado o cantado de pequeña; y claro, quedaron muchas pendientes que no se grabaron en el primer trabajo, «La vida». Después se hizo «Don’t Give Up», con temas más anglosajones, y «Mayi», con temas más de mujer. Pero quedaban siempre en el tintero otras canciones, que musicalmente hacen que este disco sea más transgresor incluso. Están temas clásicos como «El rosario de mi madre», «Frenesí», «Piensa en mí»… Y también otros como «Un vestido y un amor», de Fito Páez. Mi voz ha evolucionado, he aprendido de los músicos tan maravillosos que me han rodeado… «La otra orilla» viene de los tres discos anteriores; y viene con un proyecto de gira, que yo creo que va a sorprender.

También sorprende otro proyecto que tiene entre manos: la actuación en un crucero, el «Horizon»…

Es algo que me propusieron en Pullmantur; querían algo especial para un eclipse de luna. Voy a cantar en el trayecto de Muscat a Khasab, en Omán, piezas de mi repertorio lírico: canciones españolas de Granados, de Obradors. Es la primera vez que voy a hacer algo así, y me divierte mucho hacerlo porque es algo distinto. Puede ser muy bonito. Me siento muy privilegiada porque gracias a mi carrera he podido conocer y experimentar situaciones que de otra manera no hubiera podido hacerlo.

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